Por Roxana B. de Hovhanessian
Las relaciones interpersonales constituyen el ámbito en el que nos movemos.
Cada día tú te relacionas con muchas personas. Con algunos de ellos convives, porque hay un lazo familiar, de sangre, un lazo afectivo. Y con otros tal vez compartes varias horas del día, como sucede por ejemplo en el ámbito laboral.
El punto es que inevitablemente nuestra vida está enmarcada en un “escenario” donde se desenvuelven -se desarrollan- distinto tipo de relaciones, las cuales, para el cristiano, están contempladas en la Palabra de Dios.
Tenemos instrucción específica para esto. Por ejemplo: cómo comportarnos, cuál debe ser nuestra conducta, la manera de hablar y qué función tenemos dentro de ese ámbito. A la Luz de la Palabra podemos -y debemos- desarrollar relaciones interpersonales saludables.
Hay hogares en los que a pesar de las dificultades “se respira” un ambiente de unión y sosiego. Hay armonía familiar porque está la Presencia del Señor. Pero también hay hogares -tristemente- donde el ambiente es totalmente contrario… La Palabra de Dios nos dirigirá para que podamos modificar todo aquello que está mal con respecto a las relaciones interpersonales, pues allí tenemos la instrucción necesaria para saber cómo tratarnos unos a otros y cómo resolver los conflictos.
Dios ha establecido relaciones entre las personas desde el momento de la creación. En el primer libro de la Biblia, al comienzo, leemos: “Dijo luego Yahvé Dios: No es bueno que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada.” (Génesis 2:18). Allí entabla la primera relación entre dos personas. Para Dios es importante qué está pasando hoy en tu casa, qué está pasando en tu matrimonio, en tu relación con tus hijos, con tus padres o según sea el caso. A Dios le importa… y mucho!!!
Entonces ¿qué hacer cuando hay conflictos? ¿Qué hacer cuando hay algo que discutir? ¿Qué hacer frente al enojo?… En Su Palabra Dios ya dispuso cómo han de ser nuestras relaciones para que sean “saludables”.
Ten presente que cuando se producen divisiones en la familia quienes se perjudican son las mismas personas, porque todas las cosas que atentan contra esa unión saludable y amorosa terminan por debilitarnos. Por el contrario la unidad, la paz, el amor de unos con otros nos hace más fuertes, nos da respaldo, seguridad.
Las relaciones familiares. Cuando trabajas para promover un ambiente de armonía, de paz, de compresión, lo que haces es crear un lugar adecuado para ti y para quienes te rodean, y ¡el beneficio es para todos!
Por eso hay que mantenerse en el orden bíblico de la familia: hay una cabeza que es el padre, una columna que es la madre y los hijos deben obedecer, y son cuidados, resguardados, por padre y madre. Cuando por algún motivo esto se altera también se pierde la paz en ese hogar.
Las relaciones humanas, en definitiva, son la forma como tratamos a los demás y en la que los demás nos tratan a nosotros. Esa es la razón por la cual, en el plano interpersonal, suelen manifestarse “actitudes recíprocas”: “…todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros a ellos; porque ésta es la Ley y los profetas.” (Mateo 7:12). ¿Puedes verlo? Hay una reciprocidad en esto. Conforme sea el trato que demos, así hemos de ser tratados por los demás.
Factores que intervienen en las relaciones interpersonales:
El respeto: es lo principal en el trato interpersonal. Puede que si muchas veces no te has sentido respetado, haya sido porque no supiste dar respeto a los demás. Y en todo caso, si en determinada situación aún no estás siendo respetado, de todas formas debes tú brindar respeto, porque esto es sembrar, y recuerda que la Palabra nos enseña que nuestra cosecha será conforme hayamos sembrado: “No os engañéis; de Dios nadie se burla. Pues lo que uno siembre, eso cosechará…” (Gálatas 6:7). Además, el primer fruto que trae el respeto es la confianza.
La compresión: comprensión no significa decir “sí” a todo o darle la razón a quien está equivocado. Comprensión es entender al otro. Es poder aconsejar y hacer un llamado de atención o corrección -si es necesario- pero con respeto y cariño. Comprender implica ponerse en el lugar del otro y a partir de allí, reaccionar adecuadamente.
La colaboración o cooperación: parece algo muy simple pero que lamentablemente falta en muchos hogares. Entiendo que el trabajo demanda tiempo, hay ocupaciones, cansancio y tantas cosas… pero la cooperación, colaboración en el ámbito familiar no puede faltar.
Cada día debemos tomarnos un momento para decirle a ese ser querido: “¿cómo estás?”, “¿necesitás algo?”, “¿en qué te puedo ayudar?”. Y entonces ya no sólo será colaboración sino también comprensión, porque quien escuche esas palabras se sentirá amado, tenido en cuenta, y experimentará el apoyo de ese lazo familiar… y ese gesto luego vuelve, recuerda que estás sembrando.
La comunicación: comunicarse implica un espacio de intimidad que debe ser fomentado y resguardado. Si quieres tener paz y armonía en tu hogar debes preservar un tiempo de intimidad familiar en donde dialogar sin interrupciones. Así afianzamos nuestros lazos: tanto entre esposos, padres con hijos o todos juntos. La comunicación es mucho más que “hablar”. Comunicarse es hablar, sí, pero con palabras adecuadas y no de cualquier forma: “Que vuestra conversación sea siempre amena, sazonada con sal, sabiendo responder a cada cual como conviene.” (Colosenses 4:6). Cuidar nuestras reacciones, las respuestas que damos y aún nuestras expresiones, que muchas veces pueden decir más que las propias palabras…
La cortesía: el trato amable y cordial. Esto hay que aplicarlo en todo momento, nunca debe perderse el buen trato, aún en medio de un conflicto, porque esto preserva la integridad de la relación. Una vez escuché: “La cortesía cuesta poco y vale mucho”, cuánta verdad hay en esto. Qué bien se está en un lugar donde el trato es amable, pero qué difícil es permanecer en un lugar donde impera la hostilidad.
Siempre debes tener la disposición de ánimo para hacer lo que corresponda en función de fomentar, mantener y resguardar relaciones saludables.
Por otra parte, frente a los problemas hay que evitar ciertas actitudes, entre ellas:
El enojo fácil: se manifiesta con acciones impulsivas. El mayor peligro de esto radica en permanecer enojado. Cuando eso sucede se termina en amargura. Aunque no debiéramos, es real que puede haber un momento de enojo, pero éste debe tener un límite, un final. “Procurad la paz con todos y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor. Velad para que nadie se vea privado de la gracia de Dios; para que ninguna raíz amarga retoñe ni os turbe y por ella llegue a inficionase la comunidad.” (Hebreos 12:14-15). El enojo que persiste se arraiga y termina en amargura. La amargura perturba y finalmente termina afectando a todo el grupo familiar.
Los insultos: “Pues yo os digo: Todo aquel que se encolerice contra su hermano, será reo ante el tribunal; pero el que llame a su hermano imbécil será reo ante el Sanedrín; y el que le llame renegado; será reo de la gehena de fuego.” (Mateo 5:22). El pasaje nos habla de descalificar a la otra persona, de subestimar, de tratar al otro como a “un inútil”. Es muy esclarecedor el comentario de la Nueva Biblia de Jerusalén acerca de este versículo. Allí nos dice que el término “imbécil”, en arameo, es la palabra “raqa”, que significa “cabeza vacía, sin seso”. Y respecto a “renegado”, explica que el sentido originario de esa palabra es el de “insensato”, y aclara: “el uso judío añadía un matiz mucho más grave de impiedad religiosa”. Tú no puedes insultar, descalificar, o maldecir (que es -ni más ni menos- que decir mal sobre algo o alguien).
¿Por qué es tan importante el tema del enojo? “Si os airáis, no pequéis; no se ponga el sol mientras estéis airados, ni deis ocasión al diablo.” (Efesios 4:26-27). La Palabra es muy clara. Puede haber un momento de enojo; pero persistir en esto termina en pecado. ¡Bendito el Señor y Bendita Su Palabra que abre nuestros ojos! Terminar con un enojo implica comprender que nada se puede resolver con gritos, insultos o ira; que enojados no solucionamos nada.
En el capítulo 5 del Evangelio según San Mateo (en el contexto de las bienaventuranzas) Jesús dice: “Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios” (v. 9). En otras versiones bíblicas leemos: “bienaventurados los pacíficos” o también “bienaventurados los pacificadores”. Con esto quiero mostrarte que alcanzar la paz es un trabajo, implica un esfuerzo y dedicación de parte de cada uno.
Pacificar es “establecer la paz donde hubo guerra o discordia”, “reconciliar a quienes están opuestos”, “sosegar y aquietar lo que está alterado”. Muchos hogares necesitan pacificadores, y tú, que eres un cristiano que sabe que cada dificultad es un aprendizaje y un desafío, debes ser un pacificador, alguien cuyas actitudes promuevan un espacio saludable para desenvolverse.
No tienes por qué vivir es un ámbito “de guerra”. La Palabra de Dios nos da el marco para establecer las relaciones interpersonales y transformar toda realidad. No te desanimes si todavía en tu familia no todo está como debe… ¡tu actitud de pacificador es una siembra que no quedará sin fruto!
Tu conducta es fundamental si quieres paz y unidad familiar: hablar siempre palabras de bendición, ser humildes, nunca devolver mal por mal sino vencer al mal con el bien (ver Romanos 12:14-21).
Querido hermano: tu familia te necesita trabajando por la paz. Debes procurar que esa casa sea un lugar agradable. Y esto va más allá de los problemas, pues el mismo Jesús nos ha dicho: “…En el mundo tendréis tribulación. Pero ¡ánimo!: yo he vencido al mundo.” (Juan 16:33). Tú debes trabajar para que ese hogar -permítanme la expresión- sea un lugar en el que los que allí viven, quieran volver ahí… Un lugar de unidad, un “refugio” al cual tener ganas de volver luego de un agotador día.
Puede ocurrir que cuando había una situación que resolver, eso que comenzó como un intercambio de opiniones, terminó en un enojo, luego una pelea, gritos, discusiones y por fin lazos rotos: la paz que se perdió.
Nunca debes olvidar esto: en los conflictos, en las dificultades, en los problemas -y aún si hay enojo- no está en juego el amor que nos tenemos. Esto no se discute. El rencor no tiene lugar. Ser un pacificador es saber reconocer nuestros errores, pedir disculpas si es necesario y con buen ánimo exhortar cuando las cosas están mal. De otra forma tal vez se pueda resolver el conflicto, pero al precio de una familia dañada.
La clave para ser un pacificador. Nadie podrá ser instrumento de paz sin no tiene dominio sobre cada una que las palabras que salen de su boca.
Te invito a que leas todo el capítulo 3 de la carta de Santiago. Allí hay un principio fundamental, el de “manejar cosas grandes con cosas pequeñas”: “Si ponemos a los caballos frenos en la boca para que nos obedezcan, dirigimos así todo su cuerpo. Mirad también las naves: aunque sean grandes y vientos impetuosos las empujen, son dirigidas por un pequeño timón adonde la voluntad del piloto quiere.” (vs. 3-4). Esta imagen está dicha para enseñarnos que el hombre dirige, gobierna todo su cuerpo con algo tan pequeño como la lengua: “…Si alguno no cae al hablar, ése es un hombre perfecto, capaz de refrenar todo su cuerpo.” (v. 2).
Nuestro hablar puede conducir la vida tanto para lo bueno como para lo malo. La manera de hablar muestra cómo es una persona. Por tanto, son tus palabras las que mostrarán si eres respetuoso, amable, cortés, comprensivo… o no. En definitiva, si eres o no un verdadero pacificador. Gran parte de ti y de mí, se ve en nuestra manera de hablar.
Muéstrate positivo frente a las situaciones que haya que resolver en tu entorno y haz todo lo posible para promover la paz. Recuerda cada actitud que hemos compartido y no olvides ser siempre una persona dispuesta a escuchar. Alguien con quien el otro sabe que puede compartir lo que le pasa, sin insultos, reproches y encuentra ternura y amor. Recuerda que quien no sabe escuchar tampoco sabe dialogar.
Más importante que cualquier conflicto es el amor de nuestros lazos familiares. Nuestros afectos son importantes porque Dios nos los dio: ¡los tenemos que cuidar!
Ora, clama y trabaja por la paz, que si la Palabra de Dios está en tu corazón, tú eres el instrumento para comenzar el cambio en tu hogar. Basta con que un cristiano se decida, pues… ¡Poderosa es la Palabra de Dios!
“…en lo posible, y en cuanto de vosotros dependa, en paz con todos los hombres…” (Romanos 12:18). Trabaja con perseverancia y tendrás fruto. Sé un instrumento de paz y pon tus ojos en Aquel que es nuestro mayor ejemplo: Jesús. ¡¡¡Gloria a Dios!!!