Jesucristo es el culmen de la historia de la salvación y, por tanto, el verdadero punto que marca la diferencia también en el diálogo con las demás religiones. Al ver a san Pablo, podríamos formular así la pregunta de fondo: ¿Cómo se produce el encuentro de un ser humano con Cristo? ¿En qué consiste la relación que se deriva de Él? La respuesta que da San Pablo se puede dividir en dos momentos. En primer lugar, San Pablo nos ayuda a comprender el valor fundamental e insustituible de la fe. En la carta a los Romanos escribe: «Pensamos que el hombre es justificado por la fe, sin las obras de la ley» (Rm 3,28). Y también en la carta a los Gálatas: «El hombre no se justifica por las obras de la ley sino sólo por la fe en Jesucristo; por eso nosotros hemos creído en Cristo Jesús a fin de conseguir la justificación por la fe en Cristo, y no por las obras de la ley, pues por las obras de la ley nadie será justificado» (Rm 2,16). «Ser justificados» significa ser hechos justos, es decir, ser acogidos por la justicia misericordiosa de Dios y entrar en comunión con Él; en consecuencia, poder entablar una relación mucho más auténtica con todos nuestros hermanos: y esto sobre la base de un perdón total de nuestros pecados. Pues bien, san Pablo dice con toda claridad que esta condición de vida no depende de nuestras posibles buenas obras, sino solamente de la gracia de Dios: «Somos justificados gratuitamente por su gracia, en virtud de la redención realizada en Cristo Jesús» (Rm 3,24).
S.S. Benedicto XVI
Audiencia General, noviembre 2006 (extracción)
Fuente: www.vatican.va