Por Roxana Hovhanessian
Leemos en Romanos 12:3: “…No os estiméis en más de lo que conviene; tened más bien una sobria estima según la medida de la fe que otorgó Dios a cada cual”. El apóstol Pablo habla de la estima hacia uno mismo, de la valoración que cada uno hace de sí.
Si yo te preguntara: Hermano ¿qué opinas de ti mismo? Para ti, ¿cuánto vales?… Seguramente algún día tu respuesta habrá sido: ¡ni cinco centavos! Y en otros puedes haber pensado que no alcanzaba para pagar lo que eres. ¡Qué cambios de ánimo!
Pablo nos habla de ser equilibrados en la estima que cada uno tiene de sí mismo. Para eso, es fundamental saber qué y quién eres, y cuánto vales.
Tu obrar -tus acciones- comienzan, se fundamentan en el pensamiento de “quién eres”. Saberlo determinará tus actitudes. Esto es: por qué hago lo que hago. Por eso es necesario que hablemos en la Iglesia de la autoestima, porque la Palabra de Dios habla de ella.
Veamos otras traducciones bíblicas en donde hallamos sinónimos que enriquecen nuestro estudio sobre el pasaje de Romanos 12:3, y así comprender qué es lo que nos enseña la Palabra respecto a cómo debemos pensar sobre nosotros mismos.
El Libro del Pueblo de Dios: “En virtud de la gracia que me fue dada, le digo a cada uno de ustedes: no se estimen más de lo que conviene; pero tengan por ustedes una estima razonable, según la medida de la fe que Dios repartió a cada uno”.
Dios habla hoy: “Por el encargo que Dios en su bondad me ha dado, digo a todos ustedes que ninguno piense de sí mismo más de lo que debe pensar. Antes bien, cada uno piense de sí con moderación, según los dones que Dios le haya dado junto con la fe”.
Biblia Nacar Colunga: “Por la gracia que ha sido dada, os encargo a cada uno de vosotros no sentir de sí por encima de lo que conviene sentir, sino sentir modestamente, cada uno según la medida de la fe que Dios le repartió”.
La Palabra nos habla de “estima razonable”, “valorarnos de manera sobria”, “modesta” y nos mueve al equilibrio. Esto no es una cuestión menor, porque recuerda que nuestras acciones son tales (esto es: las hacemos de determinada forma) según pensemos acerca de nosotros mismos, a la valoración -la autoestima- que cada uno tiene de sí.
¿Qué piensas del cuerpo que tienes? De tus rasgos, tu personalidad. ¿Qué pasa por tu cabeza cuando te miras al espejo todos los días?… No puedes pensar acerca de ti mismo según el ánimo que tienes en ese momento. Hay una medida para tu valoración y esa medida la determina tu FE.
Tu pensamiento de hoy seguramente ha cambiado con respecto al que tenías años atrás. Ten presente esto: siempre puedes verte a ti mismo mejor, y en el Nombre de Jesús llegarás a ese sobrio aprecio.
Compartamos algunas de las características de quien “se quiere adecuadamente”, que “tiene una sobria estima de sí”:
Es una persona que no se rechaza sino que se ama. Recuerda las Palabras de Jesús: “…Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo.” (Lucas 10:27).
No teme demostrar afecto.
Está conforme consigo pues sabe que quien cree en Jesús está llamado a crecer y desarrollarse: siempre va siempre por más.
Su visión realista y positiva de sí mismo hace que no necesite de la aprobación de los que le rodean.
No está constantemente preocupado por lo que piensan de él/ella ni teme expresar sus emociones con honestidad, libertad y sinceridad.
Puede comunicarse sin problemas.
Habiendo pasado por un fracaso, sabe aceptarlo y lo toma como un desafío. Considera aquello como un aprendizaje de lo que no hizo bien y se esfuerza, sin desanimarse, para que aquello no vuelva a pasar.
Ya sea consciente o inconscientemente, se puede tener una valoración totalmente contraria a lo que acabamos de ver. El resultado de esto es una persona que (aunque esto pueda parecer muy duro) desprecia sus dones y las habilidades que con seguridad, el Señor le dio, pues le parecen insuficientes.
Es siempre muy “influenciable” por los demás y no se atreve a iniciar un proyecto si alguien se atraviesa en su camino y le habla dice: “no podrás”, “¿y si fracasas…?”, “¿estás seguro?”, “mira que…” y otras tantas cosas. Ante esto enseguida retrocede.
Se siente impotente, atacado y está siempre “a la defensiva”. Nunca toma responsabilidades y termina por acusar a los demás de sus fracasos, faltas y debilidades.
Tiene una actitud resentida y -lamentablemente- una persona así se vale de la ira “como defensa” para no ser herida. Extremadamente perfeccionista, ve a los demás de manera crítica y condenatoria. Es como si fuera “hipersensible” a todo: cualquier cosa que lo roce lo lastima, le duele.
Que la Palabra de Dios venga a traer luz sobre estas conductas que son altamente destructivas.
Esta “catarata” de malas actitudes que recién mencionaba, sólo cambia cuando se modifica la incorrecta o la baja valoración por uno mismo.
En el caso de quienes no son creyentes, lo primero y fundamental es que tengan un encuentro personal con Jesucristo; y para los que ya lo conocemos y aceptamos a Jesús como Nuestro Señor y Salvador, la Palabra nos limpia y purifica para quitar “todo resabio” que haya quedado y ubicarnos en el justo equilibrio. ¡Aleluya!
Dios te ha dado capacidades. ¡Demos gracias al Señor por ellas!
En el capítulo 25 del Evangelio según San Mateo encontramos la Parábola de los talentos. Si recuerdas el relato, sabrás que el siervo que había recibido un solo talento quedó “inmovilizado” por el temor, y no sólo no lo invirtió sino que lo enterró.
Pero Dios premia “la productividad”, por ello ese talento le fue dado al que más tenía, al que produjo.
Ten presente querido hermano, que hacer fructificar tu potencial, hará que quien más lo disfrute… seas tú mismo!!!
¡No te paralices! porque terminarás por creer que no puedes y terminarás sin fruto.
Otro ejemplo lo encontramos en el libro de Números (ver capítulos 13 y 14). El pasaje relata cuando Dios ordenó a Moisés que enviara a Canaán a sus mejores hombres para informarse acerca de cómo era esa tierra.
Fueron doce “espías” pero sólo dos -Josué y Caleb- tuvieron la percepción correcta. Todos los que fueron vieron lo mismo: bendiciones abundantes; pero solamente dos de ellos regresaron donde Moisés hablando palabras de victoria, en contraposición a lo que decían los demás: “…No podemos subir contra ese pueblo, porque es más fuerte que nosotros.” (Números 13:31).
Josué y Caleb sabían que era Dios Quien les había dado esa tierra: la Tierra Prometida, por eso volvieron hablando de otra manera… de la manera correcta.
No permitas que el hecho de considerarte “inferior” arruine tus relaciones.
Respecto de:
Tu relación con Dios: no te equivoques en creer que Él debe estar “muy ocupado” en otras cuestiones y no tiene tiempo para ti…
El Señor demostró cuánto nos ama, dando Su Vida por nosotros y por nuestra Salvación.
Tanto vales, que tu Redención no fue “pagada” con algo caduco como el oro y la plata, sino “…sino con una Sangre Preciosa, como de cordero sin tacha y sin mancilla, Cristo” (ver 1 Pedro 19). De modo que por ti, mi hermano y por mí: fue pagado un alto precio… Gracias Jesús!!!
Respecto de tu relación con los que te rodean: si te aíslas, te sentirás “menos”, te creerás “menos” y finalmente serás “menos”. Así actuarás si eso crees de ti mismo.
En tu servicio en la iglesia: permítele al Señor la oportunidad de hacer algo contigo, pues todos somos miembros útiles en el Cuerpo de Cristo.
Tú eres una persona muy valiosa, seas como seas, te falte lo que aún te falte, sepas lo que sepas y aún con las “incapacidades” que puedas tener.
Nunca olvides que Dios muestra Su Poder a través de las debilidades, y todos las tenemos: “…Mi gracia te basta, que mi fuerza se realiza en la flaqueza…” (2 Corintios 12:9).
Recuerda querido hermano: Abraham era viejo, Sara era estéril, Moisés tartamudo, Noemí era viuda, y la lista continúa… pero Dios hizo grandes cosas con ellos. ¡Aleluya!
Ahora bien, esto tiene una contraparte, por eso también hay que tener mucho cuidado con los “aires de superioridad”.
Te invito a que leas Proverbios 8:12-21 y por la Palabra puedas comprender que si algo tienes, si algo te eleva y dignifica, todo es un regalo de la Gracia de Dios.
A ti, a mí y a todos nosotros -cristianos- Dios nos hizo seres con inteligencia y sabiduría y nos dio la libertad de elegir.
No quiere que actuemos de acuerdo a nuestra herencia (alguien puede decir “en mi familia las cosas siempre fueron así…”), ni por las huellas o heridas que puedan haber dejado situaciones de la infancia… ¡Él es tu Sanador! Tampoco debemos obrar según el entorno o por lo que nos rodea.
Si durante tu vida has pensado que “eres como eres” por causa de alguien o algo, es tiempo de poner en práctica tu libertad de decidir ser feliz a pesar de las circunstancias, porque el Padre del Cielo así lo ha dispuesto para ti.
Porque tu felicidad y la mía, no residen sobre las circunstancias, sino sobre las Promesas de la Palabra de Dios, porque “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (Lucas 21:33).
Acepta tus límites con paz, ocúpate de corregir tus defectos, centrado en lo que Dios dice y piensa de ti y no en las críticas…
Enmienda tus errores pidiendo perdón y cuando tengas miedo recurre al Señor, refuerza tu oración y tu vida sacramental y comunitaria.
Jesucristo vino para mostrarnos lo mucho que el Padre nos ama; murió y resucitó para brindarnos Su Paz y Su Perdón.
Tan grande Amor restaura nuestra identidad y nos permite comprender el verdadero valor que tenemos.