“Nos detuvimos allí bastantes días; bajó entre tanto de Judea un profeta llamado Ágabo; se acercó a nosotros, tomó el cinturón de Pablo, se ató sus pies y sus manos y dijo: «Esto dice el Espíritu Santo: Así atarán los judíos en Jerusalén al hombre de quien es este cinturón. Y le entregarán en manos de los gentiles.» Al oír esto nosotros y los de aquel lugar le rogamos que no subiera a Jerusalén. Entonces Pablo contestó: «¿Por qué habéis de llorar y destrozarme el corazón? Pues yo estoy dispuesto no sólo a ser atado, sino a morir también en Jerusalén por el nombre del Señor Jesús.» Como no se dejaba convencer, dejamos de insistir y dijimos: «Hágase la voluntad del Señor.»”

(Hechos 21:10-14)

Pablo, “apóstol infatigable” en el seguimiento de Cristo, Aquel a quien perseguía antes, sin saberlo. Es curioso cómo Dios sabe servirse de esos “perseguidores” convertidos, haciéndolos “fogosos” en Él, de manera que muchas veces no son comprendidos. Se los considera como “fanáticos”, por quienes suelen vivir en la tibieza de un cumplimiento más o menos feliz –según el caso- de un convencionalismo “religioso”; así como adhiriendo a códigos o normas, mas –insisto- sin ese “fuego sagrado” que como a Pablo nos hará decir: “Ay de mí, si no evangelizare…”

¿Quién podría hacer cambiar al Apóstol la decisión de ir a Jerusalén? ¿Bajo qué realidades… los peligros… la cárcel… el desprecio de los circunstanciales enemigos…? ¡Sólo Dios podía hacerlo! Y precisamente era Su Voluntad en el corazón del siervo, que como el capitán de un navío, gritaba la orden de poner proa hacia Jerusalén.

Es el mismo Dios quien advierte por Sus profetas, recordemos que las cuatro hijas de Felipe profetizaban, y hasta le fue enviado desde Judea un profeta llamado Ágabo, que tomando el cinto de Pablo se ató las manos y los pies, declarando: “Así harán los judíos en Jerusalén al dueño de este cinto…”

Se me ocurre pensar, reflexionando acerca de esto para aplicarlo a nuestra vida de servidores, de cristianos comprometidos con el Evangelio, que también a nosotros nos “atará” este mundo, si de verdad queremos vivir para el Señor. Hay una mayoría de “cristianos cómodos” y también están los “militantes perseguidos”.

¿Dónde ubicaríamos a Pablo? Por supuesto que como adalid de estos últimos, ¿verdad? Bueno, entonces estos son aquellos que no tienen ningún problema en que este mundo “ate” sus manos y sus pies. Son precisamente quienes tienen sus manos y sus pies “desatados” para este mundo los que corren tras el viento del pecado y la disolución. Son los que creen que así es vivir la libertad, cuando se hacen esclavos de aquello que los domina: vicio, libertinaje, impureza, promiscuidad, mentira, engaño… etc. Es decir, aquellos que viven “en la carne” y encuentran (¿encuentran?) en la carne satisfacción, aún cuando saben ser a veces “piadosos” en apariencia.

Basta con ver cómo se tergiversa la Palabra de Dios para justificar (¿justificar?) las inclinaciones negativas. Poco a poco llegan al destino al que esa vivencia conduce: “llamar bueno a lo malo y malo a lo bueno”.

En Cristo: “Hay que morir para vivir”. En Cristo: “Hay que perder para ganar”. En Cristo: “Hay que dejarse atar, para ser plenamente LIBRE”.

Insisto, son mayoría los que gustosamente se dejan “atar” por el pecado. Por la sensualidad de este mundo caído y saben estos “dar cátedra” de libertad, considerando “fanáticos” a quienes están dispuestos a “ser atados” para este mundo a causa de Jesucristo y Su Evangelio.

Si San Pablo viviera hoy, no sería considerado un modelo a seguir, sino un “fanático de quien cuidarse”… ¡Piénsalo!

¡Cuánto le cuesta al creyente “aceptar perderlo todo para encontrar a Cristo”!

“Pero lo que era para mí ganancia, lo he juzgado una pérdida a causa de Cristo. Y más aún: juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las cosas, y las tengo por basura para ganar a Cristo”

(Filipenses 3:7-8)

Jesús le dijo a Pedro: “En verdad, en verdad te digo: cuando eras joven, tú mismo te ceñías, e ibas adonde querías; pero cuando llegues a viejo, extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará adonde tú no quieras.” (Juan 21:18). Aquí también podemos ver que necesitamos recorrer un camino, que no es “de la noche a la mañana” que se puede vivir el “dejarse atar” por amor a Cristo. “Atados” a la Virtud, a la Gracia, a Cristo y Su Palabra, a Cristo y Su Iglesia Santa.

Los así “atados” por causa de Él, no serán jamás escarnio para Su Cuerpo. Podrán ser perseguidos por una cultura que –como fue dicho- tiene “fuera de foco” la Verdad de la Palabra de Dios, cambiándola tantas veces por la tradición del hombre; como se suele escuchar: “cada maestrito con su librito”.

Los “atados” por causa de Cristo viven en la plena libertad de hacer lo que deben y no lo que quieren, pues tienen conciencia que, el querer sin el deber, lleva a la más denigrante esclavitud en la vida de la fe.

Es “el mal uso de la libertad” lo que pierde al hombre y nunca se puede “usar bien” si no es como dice Cristo que hay que hacerlo. Así como Nuestra Madre, la Virgen María: Bienaventurada por lo que le permitió al Señor hacer en ella.

Volvamos allí donde comenzamos y veamos cómo responde un verdadero siervo a los ruegos de quienes sensatamente le insistían en que no subiera a Jerusalén. “Entonces Pablo contestó: “¿Por qué habéis de llorar y destrozarme el corazón? Pues yo estoy dispuesto no sólo a ser atado, sino a morir también en Jerusalén por el nombre del Señor Jesús.” Como no se dejaba convencer, dejamos de insistir y dijimos: “Hágase la voluntad del Señor.”” (Hechos 21:13-14).

No se puede “persuadir” a un creyente decidido a consagrarse y a vivir su consagración, con la sensata, racional, buena actitud… pues estos eran sus hermanos en la fe; gente buena, que deseaba lo bueno, ¿se entiende?

Ante un verdadero consagrado a Cristo, tienen que desistir y decir: ¡Hágase la Voluntad del Señor!

Soy nieto de mártires. Dieron su vida, como dicen que lo hizo mi abuela paterna: haciéndose la señal de la Cruz delante del genocida otomano, que como un “Goliat” de los tiempos modernos, desafiaba a los armenios (primer reino cristiano del mundo) a renunciar a Jesucristo, para “salvar la vida” y someterse a “protección” de sus opresores. La misma respuesta, por la misma promesa inquebrantable hecha en el Bautismo: “Estoy dispuesta a morir por el Nombre del Señor Jesús”… Y lo hizo.

Yo pregunto: ¿Quiénes ganaron y quiénes perdieron?

Dicho sea de paso, el pueblo armenio mantiene firme su convicción; y como dice una canción muy querida por los armenios: “Sepa el enemigo que el armenio permanece valiente…” Claro, si ése es el verdadero heroísmo : Dar la vida por AMOR!!!

¿No es lo que nos enseñó el Maestro? ¿No es acaso lo que Él hizo?

¡Que Dios te bendiga!

Juan Carlos Hovhanessian