FRASCOS ROTOS

Por Juan Carlos Hovhanessian

 

«Seis días antes de la Pascua, Jesús se fue a Betania, donde estaba Lázaro, a quien Jesús había resucitado de entre los muertos. Le dieron allí una cena. Marta servía y Lázaro era uno de los que estaban con él a la mesa. Entonces María, tomando una libra de perfume de nardo puro, muy caro, ungió los pies de Jesús y los secó con sus cabellos. Y la casa se llenó del olor del perfume. Dice Judas Iscariote, uno de los discípulos, el que lo había de entregar: «¿Por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios y se ha dado a los pobres?» Pero no decía esto porque le preocuparan los pobres, sino porque era ladrón, y como tenía la bolsa, se llevaba lo que echaban en ella. Jesús dijo: «Déjala, que lo guarde para el día de mi sepultura. Porque pobres siempre tendréis con vosotros; pero a mí no siempre me tendréis.» Gran número de judíos supieron que Jesús estaba allí y fueron, no sólo por Jesús, sino también por ver a Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos. Los sumos sacerdotes decidieron dar muerte también a Lázaro, porque a causa de él muchos judíos se les iban y creían en Jesús.» (Juan 12:1-11).

Mateo y Marcos aclaran que esta era la casa de Simón el leproso, quien invita a Jesús a comer. Betania era también la región de Lázaro, María y Marta. Sentados a la mesa estaban Jesús y Sus amigos: Simón, Marta, Lázaro, María y Sus discípulos. Era un momento de agasajo, respeto y amor. Juan escribe que estaban a seis días de la Pascua, entonces esta era la última semana de Jesús en Su ministerio público en la tierra.

Simón, conocido como “el leproso”, el dueño de casa, ahora ya no era leproso; era un hombre sanado por Jesús. Simón, que antes miraba a través de sus vendas cómo la lepra había comido su carne, quiere recibir a Jesús en su casa y hospedarlo.

En el versículo 9 encontramos que a Jesús y a Lázaro los buscaban para matarlos. ¡Que valentía la de Simón, tener en su casa a los que eran “buscados por la justicia”! El amor es valiente, no tiene lógica, no especula, es oblativo; es dar. El amor se arriesga y no mide las consecuencias. Simón no las midió. Se necesita mucho valor para recibir a un fugitivo; así se lo consideraba a Jesús, y no sólo a Él, también a Lázaro, porque a causa de su testimonio mucha gente dejaba a los “falsos religiosos” y se iba detrás de Jesús.

Jesús, pocos días después, visitaría otras casas, donde no iba a ser tratado con hospitalidad. Visitaría la casa del sumo sacerdote Caifás, la casa de Pilato, la de Herodes. Se dice que la casa del Sumo sacerdote era la mejor de Jerusalén; muy lujosa, pero Jesús ahí recibiría calumnias, bofetadas, golpes… No así la casa de Simón, que aunque poco lujosa, era una casa llena de amor, porque había entrado Jesús. ¿A tu casa entró Jesús? Entonces es la mejor casa del mundo.

El perfume de María… Su costo era de trescientas monedas de plata, era fino, concentrado, un extracto; perfumaría la ropa de un hombre por varios días. María lo trajo consigo desde su casa, lo tenía preparado de antemano en su corazón: ese día iba a “derrochar” su amor sobre el Señor, porque Él la había amado primero.

Entre los latigazos que Jesús recibió días después, tal vez, recordaba el ungüento perfumado que cubrió Su piel. A veces, nos olvidamos que Jesús fue Verdadero Dios y Verdadero Hombre. Sintió la fragancia del perfume, sufrió, padeció, fue crucificado, muerto y sepultado y descendió a los infiernos por ti y por mí, porque no quiso ir al cielo sin nosotros. Pero el Poder de Dios lo resucitó de entre los muertos.

María creía la Palabra de Dios. El Evangelio narra que María, un día a los pies de Jesús, escuchaba atentamente Su Palabra, mientras su hermana Marta corría atendiendo a Cristo. María, poco tiempo atrás, había visto morir a su hermano; había visto como ponían a su hermano en un sepulcro. Ella estaba segura de lo que Jesús decía porque Él un día dijo: “¡Lázaro, sal fuera!” y ese hermano suyo que estaba muerto, con su cuerpo vendado, salió de la tumba. Ahora estaba sentado en casa de Simón, al lado de Jesús. ¿Cómo no iba a creer en lo que Jesús dijera?

Jesús había dicho: El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de paganos, va a ser crucificado y lo van a matar, pero al tercer día resucitará”. María estaba segura que eso iba a ser así. Muchos de Sus discípulos, en cambio, lo afirma la Escritura, lo escuchaban sin entender.

María vio a Jesús, quien había resucitado a su hermano Lázaro y había sanado a Simón de la lepra, y se dijo: “¡Ahora!” El amor es así, no dice: “Algún día, tal vez…” No sabe de excusas. María no fue impulsiva, porque había traído el perfume de su casa. Fue un acto “derrochador”, totalmente valiente, arriesgado. Ese es el Amor verdadero. El costo del perfume significaba el salario de un año, tal vez era lo único de valor que María tenía.

 No era lógico lo que ella hacía, romper ese frasco en un segundo. El amor no se guía por la lógica. La lógica del hombre lo lleva a un camino de incredulidad, lo priva. La lógica no había podido hacer nada con Simón, el leproso. El que lo había sanado era Aquel que llama a lo que no existe como si existiera. Tampoco la lógica podía hacer nada en la tumba de Lázaro. El que pasó por allí se llama Jesús de Nazareth. La lógica no significó nada para Simón, Lázaro, Marta o María. La lógica no podía hacer nada con ellos, el que si pudo estaba sentado a la mesa, el Señor, que había traído Vida y en abundancia. La lógica humana no podía hacer las cosas que Jesús hizo. El Amor puede.

María fue corriendo y rompió el frasco de perfume. Juan dice que con el ungió los pies de Jesús y los secó con sus cabellos, y la fragancia quedó en Jesús y en María. Los otros dos evangelistas aclaran que lo derramó sobre Su cabeza y todo Su cuerpo quedó ungido. Al momento, empezaron las murmuraciones, los reclamos: “¡Qué derroche!”, dijeron Sus discípulos pensando que se lo podía haber vendido y dado a los pobres. ¡Qué “derroche de amor”!, decimos los creyentes. Nosotros también podemos “derrochar” amor así. Ese amor que es espiritual y también afectivo. Hoy es el día, ahora, no te prives de ser feliz. Los gestos de amor no se rigen por la lógica. Toda la habitación se llenó del perfume que María, en su amor que se “derrocha”, derramó sobre Jesús. “DERROCHE DE AMOR” de alguien que fue tocada por el Amor de Cristo.

Muchas veces, sin querer, podemos caer en el legalismo, como los discípulos. Cuanta gente habla de los pobres; pero la cuestión no es sólo hablar, es ser pobre en el verdadero sentido de la palabra, en la humildad, no en la escasez de recursos. Porque si la pobreza fuera una virtud…, ¿para qué tratamos de llevarles alimentos? Es una contradicción tremenda. Dios nos quiere ricos, no guardando cosas, sino compartiendo este amor “derrochador”. Ese gesto es eterno. Jesús dijo “Yo os aseguro: dondequiera que se proclame esta Buena Nueva, en el mundo entero, se hablará también de lo que ésta ha hecho para memoria suya.» (Mateo 26:13).  Hoy lo estamos haciendo, hablamos de un alma enamorada de Cristo.

Los cristianos amamos, pues es el Espíritu Santo, el que ama a través de nosotros.

Amamos incluso, a quienes puede “costarnos amar”, perdonar, etc.

Mas, creo, que una cosa es amar -alabemos al Señor por ello- y otra es, como María: ¡estar enamorado! Éste es el amor que es capaz de “derrochar”… derramando sobre Jesús el perfume de la adoración y de la misión, con la propia vida.

Amén!!!