EL CÁNCER… “¿CURA?”

A juzgar por lo que a veces se puede ver, pareciera que tiene una extraña “capacidad de curar” el interior de la persona humana.

Dicho con sumo respeto, vemos que sabe producir -en quienes antes se desenvolvían como si fuesen “referentes absolutos del bien y del mal”- una transformación asombrosa, en lo positivo.

Los cristianos sabemos por la Escritura que “Dios dispone todas las cosas para bien de quienes le aman” (ver Romanos 8:28) y no en pocos casos, esta terrible enfermedad atacando el cuerpo, “hace” que el alma se vuelva a Dios, le ame.

La enfermedad -y la muerte- es a causa del pecado, que entró en el hombre. El pecado original, tal como lo enseña la Palabra de Dios.

Por eso Dios “no puede querer la enfermedad”, pues “Dios no quiere el pecado, lo aborrece”; mas Dios “puede permitirla”, siempre -como decía San Agustín- “para librarnos de un mal mayor…”

La soberbia, el egoísmo, el orgullo, la avaricia, la codicia, la lujuria, la autosuficiencia, el autoritarismo… saben tener en esta terrible enfermedad, algo así como una inexplicable llamada interior, que en casos -no pocos- “hace” que el alma se vuelva a Dios… ¡Por eso el título!

Dolorosamente, hay niños, jóvenes, padeciéndola y como cristianos, creyentes en el Poder Sanador de Jesucristo, oramos con fe, para que Él, les sane.

Nunca olvidemos que “Jesús es quien llevó sobre sí nuestros males y enfermedades y que por sus llagas fuimos nosotros curados…” (ver Isaías 53:5).

“YOSOY YAHVÉ, EL QUE TE SANA”… (Éxodo 15:26) dice el Señor. ¡Amén! ¡Así sea!

Cuántos testimonios en nuestra Comunidad, de curación de personas que padecían esta enfermedad, con sus respectivos estudios médicos.

El motivo de esta reflexión de hoy, tiene que ver con la realidad, que si bien para nada nos gusta… pero es la realidad.

¿Por qué tener que llegar a ese estado -en algunos- para que se produzca ese cambio, señalado?

¡Bendito sea Dios, por ello…! Pero, ¿no es mejor que vivamos de una manera digna de nuestra identidad de “hijos de Dios, creados a su imagen, según su semejanza…”?

Esto es lo que pretende señalar el título.

En la salud, vivamos agradecidos a Dios, caminando en la humildad, en el amor al prójimo, en paz; es decir, con el Evangelio como norma, para que nadie “necesite ser curado” de las más “cruentas enfermedades”, como suelen ser las del alma impía.

En la enfermedad, no aceptemos la -tantas veces- satánica influencia de creer que “ésta sobrevino por haber hecho mal las cosas”.

¡No necesariamente!

Antes bien, abandonémonos en el corazón de Jesús, con fe, con amor, en “oblación”, ofrezcamos nuestro dolor, que en definitiva, es “lo único que es nuestro”, pues todo nos lo ha dado Dios -incluso- por supuesto, la vida.

“El dolor es mío”… “Te lo ofrezco, Jesús, en Amor…”

“Yo sé, Señor, que tú has venido para que tus ovejas tengan vida y vida en abundancia…” (ver Juan 10:10) ¡Siempre con fe! ¡Clamando por la Curación!

Recuerdo que así lo hacía mi madre -tenía cáncer de hipófisis- “Gracias Jesús…” “Gracias, mi Jesús…” le escuchábamos decir.

Había quedado ciega… pero nunca perdió la fe, esa la mantuvo sin sufrir dolores, cosa que para los médicos les resultaba asombroso… “Gracias, mi Jesús”…

¡No te resignes! ¡Abandónate en el Señor! ¡No, no es lo mismo! ¡Piénsalo! El problema en la resignación, pasa a ser “amigo”. ¡NO!

En el “abandono en Cristo” pasa a ser como un “aliado”.

Si entramos “en guerra contra el problema”, lo convertimos en “enemigo”, con lo cual, muchos “se enojan” con Dios.

Ni “enemigo”, ni “amigo”… ¿Se entiende?

Pidamos con fe la curación, sin vacilar, como corresponde a los auténticos cristianos, acercándonos a la Iglesia, a los Sacramentos, la “unción de los enfermos” y la “Eucaristía”: fuente de vida y de salud.

“¡Gracias Padre, por tu Amor!”; extiende tu Mano Sanadora sobre todos cuantos padecen alguna enfermedad, tanto física como interior, mental, psicológica y líbranos de los males del egoísmo y enséñanos el Camino de la Bondad y la Sabiduría, para que a la luz de Tu Palabra y la Guianza del Espíritu Santo, te sirvamos en paz… ¡Por Jesucristo Nuestro Señor!

¡Amén!

JUAN CARLOS HOVHANESSIAN