“Si solamente para esta vida tenemos puesta nuestra esperanza en Cristo, ¡somos los más dignos de compasión de todos los hombres! ¡Pero no! Cristo resucitó de entre los muertos como primicias de los que durmieron. Porque, habiendo venido por un hombre la muerte, también por un hombre viene la resurrección de los muertos. Pues del mismo modo que en Adán mueren todos, así también todos revivirán en Cristo. Pero cada cual en su rango: Cristo como primicias; luego los de Cristo en su Venida.”
(1 Corintios 15:19-23).
“CRISTO, LA PRIMICIA… Luego los de Cristo, en Su Venida…” ¡Primero Cristo! “¡Alfa y Omega, Principio y Fin… El Primogénito de entre los muertos…!”
Con cuanta certeza dice el gran apóstol: “si Cristo no hubiese resucitado, vana sería nuestra fe…”, para concluir… Pero no, CRISTO RESUCITÓ DE ENTRE LOS MUERTOS.
Fundamento y esencia de nuestra fe cristiana: “¡JESUCRISTO HA RESUCITADO!” El saludo pascual de los armenios es: “¡CRISTO VENCIÓ A LA MUERTE!” y el que recibe el saludo responde: “¡BENDITA LA RESURRECCIÓN DE CRISTO!” (“Cristos hariale merelotz”… “ortniale harutiun cristosi”.)
El nombre de mi padre era ese: “Harutiun”, lo llamaban Arturo, tal vez por ser el que fonéticamente “sonara” más parecido, pues en armenio a Harutiun le saben decir “Harut”, tal vez “Harut”, “Artu…” No sé, lo cierto es que su verdadero nombre significaba “Resurrección”, justamente por la Resurrección de Nuestro Señor. Por otra parte, es un nombre muy común entre los armenios.
Pensaba que, va a ser, no importa en el idioma que sea, el nombre que todos llevaremos en el cielo: “Resurrección” y es más, debemos ya llevarlo espiritualmente, pues “NOS RESUCITÓ CON ÉL Y NOS SENTÓ EN LOS CIELOS, EN CRISTO JESÚS…” (Efesios 2:6)
¡Somos nuevas criaturas, en Cristo! Desde nuestro interior, en nuestro espíritu renacido por la Sangre Redentora de Cristo, somos nueva creación. El Espíritu Santo nos da nueva vida y ya no seremos los mismos, jamás. “Lo viejo pasó”. ¡Gloria a Dios!
Tenemos una “habitación celestial”, “una casa eterna”. Aunque “gemimos en nuestra morada terrestre”, por traumas, enfermedades, dolores, sufrimiento, etc., vivimos “como resucitados”, en nuestro interior, que es como Dios siempre comienza en el hombre: desde adentro, esperando que se manifieste lo que seremos, afuera, en la Resurrección final, donde tendremos esa “habitación celestial” (ver 2 Corintios 5:1-17).
San Pablo, en su apologética a los Corintios, les enseña a “abandonar” las tradiciones filosóficas que enseñaban que no existe la resurrección corporal.
La “vida venidera” la consideraban como algo relacionado sólo con el alma, que vivía “como presa” en el cuerpo y al morir este, se liberaba. Es decir que no había inmortalidad para el cuerpo. El alma entraba en un “estado eterno”.
La Palabra de Dios no enseña que finalmente el cuerpo y el alma son inseparables. Veamos desde 1 Corintios 15: “Lo espiritual no es lo primero, sino lo animal, luego lo espiritual” (ver vs. 46). “El primer hombre es de la tierra (Adán), el segundo, del cielo (Jesús)” (ver vs. 47). “Así como traemos la imagen del terrenal, traeremos la del celestial” (ver vs. 49). “Carne y sangre no heredarán el Reino, ni la corrupción heredará la incorrupción” (ver vs. 50). “Es necesaria la transformación”, ‘metamorfo’ (ver vs. 53,54), y, finalmente, la VICTORIA SOBRE LA MUERTE (ver vs. 55 al 58).
Concretamente, tendremos nuestras personalidades en nuestros cuerpos resucitados, pero transformados, mucho más de lo que podemos imaginar, por Cristo y Su Obra.
Tendremos cuerpos perfectos, no dice cómo, pero sí dice que así serán. No seremos espíritus sin cuerpo, pues “seremos hallados vestidos, no desnudos” (2 Corintios 5:3). Cuerpos que vivirán siempre (ver Filipenses 3:21 / Apocalipsis 21:4). ¡TENEMOS LA MÁS GRANDE BENDICIÓN!
De todo esto tenemos garantía (2 Corintios 5:5), pues es Dios mismo el que nos hizo para esto y quien nos ha dado las arras del Espíritu. El mismo Dios, Espíritu Santo, es nuestra garantía. Garantía de lo que Dios nos tiene reservado: un cuerpo revestido y eterno que nos dará al resucitar.
“Todas las promesas de Dios son en Él (Cristo), Sí; y en Él, Amén”… “y el que nos ungió es Dios, el cual también nos ha sellado y nos ha dado las arras del Espíritu en nuestros corazones” (ver 2 Corintios 1:20-22).
Tenemos un “sello de propiedad” que nos hace mostrar con la vida quién es nuestro Maestro.
Tenemos un “sello de garantía” de que el Espíritu Santo habita en nosotros, garantizando nuestra Salvación, llenándonos en esta vida de Consuelo, Gozo, Paz y Amor y obtendremos mucho más cuando Cristo regrese, ya que le pertenecemos y, por tanto, recibiremos todos Sus beneficios, teniendo en esta vida el anticipo, la primicia de los beneficios de nuestra eterna vida en la Presencia de Dios. ¡Gloria a Su Nombre!
San Pablo no temía morir porque estaba confiado plenamente de que pasaría a la Eternidad con Cristo, ¿por qué?: ¡Por la fe!
En realidad decir “temo a la muerte” o “tengo miedo a morir”, es una contradicción para el cristiano. Una cosa concreta es ese temor que el hombre siente a lo desconocido; la ansiedad que genera, el dolor que produce dejar seres queridos, etc. No estamos hablando de eso, sino literalmente del temor a morir, pues NO HAY MUERTE PARA EL QUE PERTENECE A CRISTO, SINO VIDA Y VIDA ETERNA. ¡Amén!
Es que “no andamos” en lo que sentimos, sino en lo que, por la fe, SABEMOS. Mira: “Andamos por fe, no por vista” (ver 2 Corintios 5:7). Vista, oído, tacto, etc., son sentidos; la fe es en el espíritu “renacido”, en el creyente. Casi podría decirte que “si no puedes sentir que, perteneciendo a Cristo, vivirás con Él eternamente…” ¡Mejor! Lo importante es que lo sepas, ¡por la fe! No es lo que siento, sino lo que sé, por la fe.
Sí, hermano, tenemos un “pasaporte”, un “salvoconducto”, para “pasar la aduana”, la “frontera”… ¡El Espíritu Santo!, es el PASAPORTE, el SALVOCONDUCTO, para cuando nos llegue el momento de cruzar, pasando de ésta, a la vida con Dios.
La muerte es el preludio a la Vida Eterna para aquel que pertenece a Cristo. Vive en esta fidedigna esperanza y sirve a Dios, “a pesar de todo”… ¡IMITA A AQUEL A QUIEN PERTENECES!
“Las personas son irrazonables, inconsecuentes, egoístas; ámalas de todos modos.
Si haces el bien, te acusarán de tener oscuros motivos egoístas; haz el bien de todos modos (…).
Si tienes éxito y te ganas amigos falsos y enemigos verdaderos; lucha de todos modos.
La sinceridad y la franqueza te hacen vulnerable; se sincero y franco de todos modos.
Lo que has construido en años puede ser destruido en una noche; construye de todos modos (…).
Da al mundo lo mejor que tienes y te golpearán a pesar de ello; da al mundo lo mejor que tienes de todos modos.”
Madre Teresa de Calcuta
Cristo así lo hizo, también nosotros con Su Gracia debemos hacerlo. La Obra Salvífica de Cristo por nosotros es lo Kerigmático. Ahora viene lo Parenético. Lo anterior sólo es obra de Dios para el creyente, es decir, para que creyendo, reciba; mas ahora lo parenético es lo que Dios quiere hacer a través del creyente por la acción del Espíritu Santo, que no es otra cosa, sino la imitación de Cristo.
El que “recibió”, ahora “quiere hacer” lo que ve hacer a su Maestro.
¡Nuestra responsabilidad! Cuidar nuestra Salvación (Filipenses 2:12) y nuestra santificación, viviendo una consagración fuertemente en la motivación, más que en los métodos exteriores. Si están ambos, mucho mejor; pero lo importante, según el llamado de cada uno, es vivir la consagración en la pureza y en la humildad, que es la divina savia del amor, para mí.
Debemos ser fieles, obedientes, al don gratuito basado en la Gracia de Dios que hemos recibido y no imaginar que no daremos cuentas de nuestros actos delante del Señor aquel día.
Debemos rendir cuentas por la manera en que hemos vivido (ver Romanos 14:10-12 / 1 Corintios 3:10-15).
“Hay quienes se glorían en apariencias y no en el corazón” (ver 2 Corintios 5:12) “son falsos maestros” (ver 2 Pedro 2:1 // 2 Timoteo 3:1-5), procuran “salir airosos” en este mundo. “Se predican a sí mismos”… Hay que evitarlos.
El verdadero ministerio es de “Reconciliación”, llevando al alma al encuentro personal con Jesucristo por la fe, pues es Cristo quien RECONCILIA, BORRA PECADOS, JUSTIFICA. (2 Corintios 5:12-21)
Cada uno de nosotros, reconciliados con Dios, por la Obra Salvífica de Jesucristo, somos “ministros de la reconciliación”, mediante el testimonio de Cristo que debemos dar con nuestra propia vida, llevando al evangelizado a ese encuentro personal con Cristo por la fe, para que el alma, ahora consciente de pecado, reciba mediante el Sacramento de la Reconciliación que administra el sacerdote ordenado para tal fin: EL PERDÓN DE LOS PECADOS EN EL NOMBRE DE CRISTO Y SU IGLESIA.
¡Cuántos testimonios entre nosotros de esa “nueva vida” que se empieza a experimentar después de recibir la absolución, por medio del Sacramento!
Nueva vida, nueva persona (2 Corintios 5:17). Es decir, “NUEVO NACIMIENTO”. No intelectual, no filosófico, no emocional, sino ESPIRITUAL.
¿Cómo es esa nueva persona o creatura? Tiene una nueva manera de andar. Nuevos ambientes (espirituales- eclesiales). Nuevas amistades (fraternas- cristianas). Nuevos propósitos, nuevas metas. Precisamente NUEVAS RESPONSABILIDADES. Una profunda y activa consagración en su motivación, sin necesidad de abandonar sus ocupaciones, trabajo, estudio, etc.; mas ahora, con credenciales de “embajador, embajadora de Cristo”, enviados al mundo con su mensaje de reconciliación, lo cual es una tremenda responsabilidad. Siendo, como el autor de este maravilloso pasaje de la Sagrada Escritura, embajadores de Cristo, para anunciar con nuestra vida a todos, a Jesucristo.
¡LA PRIMICIA! ¡EL RESUCITADO! ¡EL QUE ES LA RESURRECCIÓN… Y LA VIDA!
¡Gloria a Dios!
Juan Carlos Hovhanessian