CANCELÓ MI DEUDA

por Diego Hovhanessian

En alguna oportunidad me han dicho: “Usted predica lo que enseña la Palabra, que Dios ya perdonó todos nuestros pecados (pasados y futuros) por la Sangre de Cristo derramada en la Cruz. Entonces ¿por qué debo esforzarme en no pecar?”. Una pregunta que puede ser también el interrogante de muchos.

Ahora bien, frente a esto hay dos posiciones. Por un lado quienes declaman que el cristiano “ya no tiene de qué preocuparse”; y por el otro aquellos que viven continuamente “atormentados con el pecado y la culpa”. ¿Cuál será la respuesta correcta? Me refiero aquí en relación a quienes han conocido a Jesucristo y le han aceptado como su Señor y Salvador, ¿tendrán éstos que esforzarse –ocuparse– en no pecar? La respuesta la tiene el Señor en Su Palabra.

Veamos lo que se dice al respecto en la Carta a los Romanos: “…sabiendo que nuestro hombre viejo fue crucificado con él –Cristo–, a fin de que fuera destruido el cuerpo de pecado y cesáramos de ser esclavos del pecado. Pues el que está muerto, queda libre del pecado.” (6:6-7). El apóstol Pablo expresa que es libre del pecado quien, justamente, ha muerto al pecado. Y aquí me permito preguntarte, hermano querido: ¿has muerto al pecado?

La Gracia de Dios tiene dos dimensiones:

1) El perdón de los pecados

2) Un nuevo corazón y una vida llena del Espíritu Santo

“Y os daré un corazón nuevo, infundiré en vosotros un espíritu nuevo, quitaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne. Infundiré mi espíritu en vosotros y haré que os conduzcáis según mis preceptos y observéis y practiquéis mis normas.” (Ezequiel 36:26-27).

Al aceptar la Sangre de Jesús, el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo, y arrepentirnos de nuestros pecados; nuestro corazón fue cambiado por la Presencia del Espíritu Santo que en ese momento vino a morar en nuestro interior. Por tanto, al recibir al Espíritu Santo, indefectiblemente hemos recibido también «el fruto del Espíritu»: “…el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, modestia, dominio de sí; contra tales cosas no hay ley.” (Gálatas 5:22-23). ¡Maravilloso pasaje de la Escritura! San Pablo expresa que aun existiendo la Ley, contra tales cosas (el fruto del Espíritu) no hay ley. Es el Amor mismo de Dios la motivación para esto: ser alegres, amables, bondadosos, fieles, pacientes, etc.; y por ende, para apartarse del pecado.

Pero hay muchos cristianos que lamentablemente sólo conocen la ley, los preceptos pero sin la vida del Espíritu; entonces por más que se esfuercen y se esfuercen, terminan por caer… Mas quien vive en el Amor, el Espíritu Santo es quien le motiva, consuela, fortalece, enseña y le guía para no “caer”.

“Maestro, ¿cuál es el mandamiento mayor de la Ley? Él -Jesús- le dijo: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el mayor y el primer mandamiento. El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los Profetas.” (Mateo 22:36-40). Toda la ley y los profetas se resumen en una sola Palabra: AMOR.

“…el que ama al prójimo, ha cumplido la ley. En efecto, lo de: No adulterarás, no matarás, no robarás, no codiciarás y todos los demás preceptos, se resumen en esta fórmula: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. La caridad no hace mal al prójimo. La caridad es, por tanto, la ley en su plenitud.” (Romanos 13:8-10). Aleluya!!!

Las palabras del apóstol nos llevan a plantearnos una pregunta: ¿el Espíritu Santo vive en mí?

El fruto del Espíritu nos mueve no sólo a hacer aquello que contempla le ley, sino muchas cosas más. Hace que no nos conformemos con sólo cumplir las prescripciones, sino que nos impulsa a ofrecer nuestra vida a Dios como un sacrificio vivo, santo (ver Romanos 12:1); a no escatimar esfuerzos para servirle, para testificar Su Grandeza a otros, para ser -concretamente- mejores cada día. Dios te da un corazón nuevo para vivir en santidad, a fin de que produzcas frutos espirituales, teniendo a su vez el perdón por la Sangre de Jesús, para poder guardar la salvación.

Volviendo al interrogante del comienzo, es por el Espíritu Santo que puedo dar “muerte” en mi vida a todo aquello que se plantea contrario a la Palabra de Dios. Por supuesto que esta renuncia constante al pecado implica trabajo y esfuerzo, pero tiene una motivación que es más fuerte que todo: el Amor de Dios. Es algo que se hace en libertad, con paz y felicidad verdaderas, y no como una carga o un peso imposibles de llevar.

En una oportunidad oí un reportaje acerca del espectáculo de los trapecistas en el circo. Para mí, es la actuación más espectacular. Van y vienen en el trapecio, se sueltan, dan vueltas, hacen figuras en el aire… Nunca te preguntaste qué pasaría si se caen. Esto mismo preguntó el periodista que realizaba el informe, a uno de los trapecistas más famosos del mundo: -“¿Cómo hacen para que el acto del trapecio sea tan perfecto, sin errores? ¿¡Cómo hacen para no caerse nunca!?”. A lo que el trapecista contesta: -“Sí que nos caemos, en casi todas las actuaciones alguno de nosotros se cae”. Sorprendido, el periodista replica: -«Yo jamás los vi caerse”. Para concluir, el entrevistado dio esta respuesta: -“Sí me vio, lo que pasa es que aprendimos a caernos pero a levantarnos enseguida”.

Ahora volvamos a lo nuestro. ¿Qué es la vida espiritual? Es la “vida en el trapecio”. Piénsalo. Los cristianos deberíamos ser un “espectáculo para el mundo”: -¡Miren a esos que tienen el Espíritu Santo, cómo se aman unos a otros, cómo nunca critican a nadie, hasta bendicen a sus enemigos!!!”. Por supuesto que no somos perfectos -y que no es fácil la “vida en el trapecio”- pero cuando vivimos en el Espíritu tenemos la Gracia de Dios para recuperarnos rápidamente. La gente no debe verte a ti, sino a Cristo a través de tu vida: “…ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí. Esta vida en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí.” (Gálatas 2:20).

¿Sabes por qué no se matan los trapecistas cuando caen? Porque abajo tienen una red que los aguarda para protegerlos. Y tú y yo, también tenemos una «red» que nos protege frente a la caída, ¿sabes cuál es? La Sangre de Cristo que pagó por nuestra total redención. ¡Gracias Padre! Aún cuando podamos caer, Su Gracia nos sostiene.

Siempre que tu deseo sea levantarte de esa situación, apartarte del pecado y de toda ocasión próxima a él, ten la seguridad de que la Sangre de Cristo limpia tu vida para que puedas continuar en la carrera de la fe, pues es el Espíritu Santo quien ilumina nuestra conciencia para reconocer el pecado y que este nos aparta de Dios, por eso nos conduce al arrepentimiento y a reparar la falta cometida.

Pero atención!!, porque lamentablemente, hay muchos que caen y «se duermen en la red». Éstos no van a permanecer mucho tiempo en ese estado, porque la Gracia opera en aquel en cuyo corazón tiene el firme propósito de transitar por el camino al que Dios lo llamó, de aquel que ama a Dios porque primero conoció Su Amor. Por eso, aquí estoy hablando de fallar, caer, de algo no premeditado; no de aquel que aunque habiendo conocido la Gracia de Dios, volvió a su antigua vida, a la vana manera de vivir donde el pecado es la moneda corriente. ¡No!, eso Dios lo aborrece.

Una palabra fuera de lugar, enojos, discusiones, situaciones, que aunque no debemos hacerlas, puede que se transformen en ocasión de caída… Aún así –permíteme la expresión– “caemos” sobre la Sangre de Cristo que nos levanta otra vez: “Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis. Pero si alguno peca, tenemos un abogado ante el Padre: a Jesucristo, el Justo. Él es víctima de propiciación por nuestros pecados…” (1 Juan 2:1-2).

¿Tú deseas vivir en santidad? Vivir en santidad es la vida en el Espíritu, aún contemplando alguna caída, pero siempre sabiendo que está la red. Esto para nada significa tener una «licencia para pecar»; ¡todo lo contrario! Esto significa que por encima de todo está Jesucristo el Señor, y nada ni nadie puede apartarnos de Su Amor. Mejor aún: cuánto más experimentamos el Poder de Su Presencia en nuestras vidas, más se aborrece todo pecado y toda ocasión que conduzca a él.

Estadísticamente, los trapecistas que trabajan sin red sufren más caídas que aquellos que la tienen. Y esto porque al saber que no tienen protección, trabajan tensos, de alguna manera quedan atemorizados por lo que puede ocurrir si fallan en el trapecio. Ahora bien, ¿puedes imaginar por un instante cómo sería nuestra vida si no estuviera la Sangre de Cristo? ¡Trágico! Pero gracias sean dadas a Dios que podemos estar tranquilos sabiendo que Su Gracia nos sostiene. Esa seguridad es maravillosa, descansamos en el Amor del Señor y no en nosotros mismos.

Si permanentemente se vive atemorizado y agobiado por el pecado y la culpa, es casi imposible vivir una vida en santidad, porque toda la atención estará en el pecado, en la tentación y en nosotros mismos, y no en Dios; recuerda que no es nuestra fuerza sino Su Poder.

La santidad es una DÁDIVA, un REGALO, es GRACIA, GRATIS, es un DON de Dios para Sus hijos, a través del accionar de Su Santo Espíritu: “…Seréis santos, porque Santo Soy Yo.” (1 Pedro 1:16).

Querido hermano, para quien realmente ha conocido a Jesús, es imposible llevar una vida de pecado. Como ya vimos, me refiero no a una vida exenta de caídas, sino a continuar en la mentira, la hipocresía, el engaño, la impureza, la maldad, creyendo que se puede «jugar con la salvación y la Gracia de Dios».

Cuando Jesús murió en la Cruz trató directamente con cada uno de nosotros, no sólo con mi pecado, sino con todo mi “yo”. Al respecto dirá el apóstol Pablo “con Cristo estoy crucificado” (ver Gálatas 2:19), y además “…con Él nos resucitó y nos hizo sentar en los cielos en Cristo Jesús…” (Efesios 2:6). Esto es haber muerto al pecado: ya no vivo yo, Cristo vive en mi!!!

“Canceló la nota de cargo que había contra nosotros, la de las prescripciones con sus cláusulas desfavorables, y la quitó de en medio clavándola en la cruz. Y, una vez despojados los principados y las potestades, los exhibió públicamente, en su cortejo triunfal.” (Colosenses 2:14-15).

Una vez escuché a un hombre de Dios hablar sobre «el archivo celestial». Un lugar en el que están todos nuestros datos y donde además, se lleva la cuenta exacta de cada uno de nuestros actos. Ahora bien, si están todas nuestras acciones, también se han escrito en ese expediente las veces que fallamos…

Con esto quiero mostrarte que si bien es cierto que no merecíamos el perdón, al aceptar la Obra de la Cruz, y “morir con Cristo”, nuestro “expediente” fue lavado con Su Sangre y nuestra deuda CANCELADA!!!

Dios no guarda cosas que no sirven, por eso la nota de cargo que cada uno tenía de sí fue clavada en la Cruz de una vez y para siempre. Ahora estamos en paz con Dios, reconciliados con el Padre.

Querido amigo en Cristo, la culpa es destructora, la culpa sólo hace que si estabas lejos por el pecado, te alejes más y más. Es real (y muy sano) sentir remordimientos frente al pecado: incomodidad, infelicidad, malestar o tristeza; pues es el Espíritu Santo quien redarguye en el corazón del cristiano, pero esto debe servir para pedir perdón, enmendar el error cometido y no volverlo a cometer nunca más, acrecentando la comunión con el Padre en la oración, lo cual es muy difícil de alcanzar cuando el pecado se presenta como una barrera infranqueable, aún para la Sangre de Jesús. O peor aún, cuando se empiezan a buscar culpables en la familia, el entorno, la sociedad, haciendo que esa persona se ahogue en el resentimiento y el dolor. En definitiva, privándose de ser aceptado y recibido en el Amor de Jesús.

¿Hay alguien a quien perdonar? Recuerda que Cristo tendió “la red” para tu vida y te perdona una y otra vez. Por tanto, tú debes hacer lo mismo con los demás: perdona, extiende el Amor de Jesús para que otros puedan levantarse y juntos glorificar al Señor, porque el perdón traerá paz y libertad.

¿Puedes ver cuán maravilloso es esto? La unidad de la Iglesia –la unidad entre sus miembros– está garantizada por la Cruz del Calvario. El precio pagado por nuestra unidad fue Cristo clavado en la Cruz del Calvario. No dividamos el Cuerpo de Cristo.

Lo que hizo conmigo, lo hizo también contigo. Él ha clavado el expediente que nos condenaba, en Su Cruz, y ahora está CANCELADO. Consumado es, nada le debes al Padre, nada me debes, “…con nadie tengáis otra deuda que la del mutuo amor…” (Romanos 13:8). Cristo nos devolvió la comunión con el Padre, la enemistad ha quedado vencida por Su Amor, por los méritos de Cristo, en el Poder del Espíritu Santo.

“Por consiguiente, ninguna condenación pesa ya sobre los que están en Cristo Jesús.”

(Romanos 8:1).

Disfruta de la vida que Dios te dio!!!

¡Que Dios te bendiga! Amén, Amén.

(Breve extracción de la Enseñanza predicada por Diego Hovhanessian en el año 2001)