«BOOMERANG»

“El testigo falso no quedará impune, el que profiere mentiras no escapará.” (Proverbios 19:5)

Cierta vez, un joven, para hacerle una broma a sus compañeros con los cuales solía nadar en el arroyo del pueblo, se alejó un poco de ellos hacia una parte más profunda.

Y comenzó a gritar: “¡Me ahogo! ¡Me ahogo!”

Cuando sus asustados compañeros llegaron para tratar de rescatarlo, él

-que gritaba- lanzó una carcajada… “¡Los engañé!” decía… “¿Se asustaron, eh?”…

Al tiempo y estando otra vez en el arroyo, se alejó de sus amigos bastante más… hasta allí nunca llegaban pues era muy peligroso…. El “bromista”, levantando un brazo gritó: “¡Ayúdenme, ahora es en serio… ayúdenme!”

Y luego riéndose decía: “¡Otra vez, era broma!”…  Broma de mal gusto.

En otra oportunidad, estando en el arroyo, el joven insistió y se alejó del grupo… y repitió su “pedido de auxilio”: “¡Me ahogo! ¡Me ahogo!” “¡Ayuda!”… y otra vez, mientras levantaba su brazo, se hundía en el agua gritando como las veces anteriores: “¡Me ahogo! ¡Me ahogo!”

Sus compañeros, hartos ya de sus bromas de mal gusto, no le creyeron. Siguieron con lo suyo, sin inmutarse.

Pasado el tiempo y como el bromista no aparecía… y tampoco gritaba, decidieron ir a ver qué pasaba, no sin cierto escepticismo, y al no hallarlo por el lugar, dieron parte a las autoridades del pueblo.

Al otro día fue hallado por un pescador cerca de la costa… ¡muerto! ¡Se había ahogado!

Cuando algo es premeditado para el engaño, para sacar algún provecho o simplemente para perjudicar la imagen, el buen nombre, la moral, la honestidad de una persona o de un grupo… o para ambas cosas, produce o puede producir este mismo efecto que produjo en los “engañados” del cuento: escepticismo, descreimiento -incluso- total indiferencia.

Es decir, ya no se le creerá ni cuando “pueda ser cierto”.

A quienes utilizan el malvado principio de “miente, miente, que algo queda…”, el mismo se vuelve un “boomerang” que termina lastimando al que lo lanza.

O como en el caso del cuento, ocasionándole su propia desgracia.

Para meditarlo… ¿verdad?

JUAN CARLOS HOVHANESSIAN