“No abandones a un viejo amigo, porque el nuevo no le iguala. Vino nuevo, amigo nuevo, cuando sea añejo, con placer lo beberás. No envidies la gloria del pecador, pues no sabes cómo se le volverá la fortuna. No asientas al éxito de los impíos, recuerda que no quedarán hasta el seol impunes. Ponte lejos del hombre que es capaz de matar, y no experimentarás miedo a la muerte. Si te acercas a él, no te descuides, para que no te quite la vida. Date cuenta de que pasas entre lazos y que caminas sobre el muro de la ciudad. Cuando puedas acude a tu prójimo, y con los sabios aconséjate. Con los inteligentes ten conversación y tus charlas versen sobre la Ley del Altísimo. Varones justos sean tus comensales, y en el temor del Señor esté tu orgullo.” (ECLESIÁSTICO 9-10-16)
Antes de “conocer a Cristo”, mi vida se desenvolvía entre dos “realidades”: El placer y la “adrenalina”. En la “noche” y en el peligro de la velocidad, conduciendo “autos veloces”, no “alcoholizado”; pero sí bajo los efectos del alcohol, de trasnoche sistemática, de los ritmos enloquecedores de los lugares nocturnos… cosa que era por otra parte, cotidiana; sí, todas las noches.
Volvíamos por esas avenidas de la Provincia de Buenos Aires, “San Isidro”, “Martínez”, “La Lucila”… o “Ramos Mejía”; incluso a veces, de “Panamericana”, a velocidad de “carrera”… ¡Una locura total!
Participé de cuántas de esas conocidas carreras de autos clandestinas, llamadas “picadas”, siendo por mucho tiempo como “rival a vencer”.
Participé activamente como “piloto de prueba” de una escudería, conocida entonces como “de punta”.
Participaba con mi auto de carreras particular en competencias de la “Asociación” de la que fui el socio n° 307.
Nunca gané oficialmente una carrera, más yo me sentía “un ganador”. Es más, no fui “conocido afuera”, como sí en el ambiente de esa época.
¿Acaso me importaba…? Realmente, no. Mi “deleite” era poder hacer lo que hacía y disfrutarlo.
En general, a pesar de lo alejado de la vida verdadera que está esa actividad, coseché amistades. Una de ellas, la quiero destacar, pues como con algunos otros, con éste nos vemos periódicamente, cuyo nombre prefiero omitir para no cometer ninguna infidencia. Permítanme llamarlo “E”.
Este hombre con un socio, atendían un taller que yo frecuentaba, tanto por la actividad “deportiva”, como por el trabajo: Vendíamos automóviles y motocicletas de gran cilindrada, junto a mi tío Antonio, participando luego también mis primos Guillermo y Lionel – LEO- en la sección de motos.
A este “amigo” le solíamos llevar los autos para trabajos en el “tren delantero” – suspensión, dirección, etc. – y como digo, me atendía en el tema de suspensión, chasis, mi auto de carrera (tuve varios).
Siempre que nos encontrábamos, él me saludaba – así como lo sigue haciendo – diciéndome: “CAMPEÓN”.
Hace un tiempo y en ocasión de llevar mi auto particular a un taller de un “viejo amigo” ahora ya fallecido, lo encuentro a “E” y como no podía ser de otra manera, me saluda con su sincera efusividad, abrazándome y diciéndome: “¿CÓMO ESTÁS, CAMPEÓN…?”
Acto seguido se dirige a los otros operarios y les dice: “¿Saben, este hombre es un campeón…?” y les cuenta de aquella época, de los autos de carrera, de las veces que estando en el autódromo me atendía la puesta a punto del chasis.
Recuerdo que tomándolo del hombro lo llevo aparte al “amigo” y le digo: “Contales que nunca gané una carrera oficialmente organizada…” a lo que me contestó: “Qué importa eso, vos sos un campeón y punto…” y siguió, mientras señalaba al cielo, “y ahora, como servidor de Jesús… vos sabes con qué alegría leo el Periódico de la Comunidad…”
Otro abrazo, de brazos fuertes, varoniles; de mirada sincera en rostro desbordante de alegría, de éxito, de victoria auténtica, que es de quienes, como este amigo, aman a Jesús y lo testifican con la sencillez de sus propias vidas. Sin “doblesentidos”, sin “adulación”, sin “demagogia”; sino como fruto de “lo que abunda el corazón”.
Hermano y amigo lector, no hablo de mí, sería presuntuoso, vano, orgulloso; no. Hablo de amistad sincera, hablo de ser un “ganador” en la vida; un “campeón” en la vida…
No, no hablo de mí, sino de este amigo, pués él con esa bonhomía señala tener un tesoro valiosísimo: EL AMOR, que como dice San Pablo, “SE ALEGRA DEL BIEN DEL OTRO”…
No cabe duda de quién es en esta vida un verdadero “GANADOR”, así como mi amigo y quienes son “PERDEDORES”, sino aquellos que no pudiendo soportar el éxito ajeno, no les queda más que criticar, murmurar, creyendo tal vez que así van a opacar lo que ellos no tienen para hacer brillar. ¿Hay acaso un mayor grado de “PERDEDOR” que éste?
Seamos, como el bueno de “E”, un “GANADOR”, un verdadero “CAMPEÓN”, que más allá de cualquier otra cosa, en la sencillez, permítaseme decir, de la “inocencia original”, siempre con la verdad por delante, podamos alegrarnos de tener el tesoro de la auténtica amistad, con mirada sincera, con brazos fuertes para abrazar y con labios que muestran lo que abunda en nuestro corazón.
Ah, con mi amigo, ahora cuando nos encontramos, hablamos, ya no de suspensiones o de circuitos: sino de Jesús, “Nuestro Amigo”, Nuestro Señor…
“¡Grande, Campeón!”
¡Que Dios te bendiga!
“CAMPEONES DE CORAZÓN”
SER UN CAMPEÓN EN LA VIDA
SIN QUE TENGAMOS LA PRETENDIDA
CORONA QUE MUESTRA AL GANADOR…
DE APARENTES FRACASOS, CON TESÓN
EL PERSEVERANTE SE VUELVE CAMPEÓN
PUES EN LA VIDA COMBATE CON AMOR…
“ATACANDO” AL RIVAL A “TODO METER”
“CURVA CALIENTE”, LOS DOS SIN CEDER…
¿QUIÉN, EN ESE MOMENTO, “AFLOJABA”…?
“RUEDA A RUEDA”, FRAGOROSA PASIÓN
SI ÉRAMOS “CAMPEONES DE CORAZÓN”…
LO DEMÁS, EN LO PERSONAL, “QUE MÁS DABA”…
“PEQUEÑA ES LA ABEJA, MAS PRODUCE
ALIMENTO SUSTANCIAL Y MUY DULCE”…
Y NO LE TEME, NI AL BRAVO LEÓN…
PEQUEÑOS SOMOS, DÉBILES, CARENCIADOS,
MÁS DE CRISTO, “DISCIPULOS AMADOS”…
EL, QUIEN DICE: “¿CÓMO ESTÁS, CAMPEÓN…?”
Juan Carlos Hovhanessian